Desde que tengo recuerdo estuve vinculado a las tareas manuales. Mi padre, mecánico de oficio, me acercó tempranamente al uso de herramientas, al esfuerzo físico -no exento de lastimaduras- y despertó en mí la curiosidad por intentar comprender el funcionamiento de las cosas. En ocasiones, esto último produjo regaños y enojos de mi padre, por encontrarse con cosas desarmadas producto de mis tardes de juego con sus herramientas. Aún me resulta difícil describir la desesperación por intentar volver a unir aquellas piezas antes de que me descubran. En algunas ocasiones la estrategia consistía en el ocultamiento del cuerpo del delito en algún recóndito rincón de aquella pequeña casa de mi infancia en Quilmes. Todo era en vano, una y otra vez la aventura terminaba en castigo.  

Me interesa la idea de pensar el arte como un desplazamiento. En esta búsqueda conectada con mí pasado, descubrí también que la mecánica estudia el movimiento de los cuerpos. Sospecho que en ese gesto de desarmar se ocultaba algún aspecto de lo que hoy se traduce en una búsqueda expresiva dentro del arte contemporáneo a través de la fotografía. Esa curiosidad que se despertó en mí desde temprana edad, es uno de los motores que aún continúan motivando la producción de mis trabajos desde su aspecto material, de circulación, conceptual, performático e instalativo. Me propongo indagar desde las líneas difusas de fronteras que la fotografía comparte con otras disciplinas para, desde allí, hacerle preguntas al dispositivo expositivo, al artefacto artístico, a la figura del autor, a lo representado, a la fotografía como documento; repitiendo una y otra vez ese gesto de desarmar. Cada elemento abordado configura un canal para realizar un análisis crítico de nuestra relación con las imágenes. 

Mi búsqueda parte en pensar a la fotografía como una nube. A partir de este concepto, la imágen no tiene bordes definidos. Y es en esos bordes difusos donde se encuentra una permeabilidad de otras cosas, ya sean otras nubes que se funden con ésta u otros efectos climáticos (es decir, de contexto temporal), que la afectan y cambian su forma. En estos procesos que fluyen y son móviles, lo fotográfico se desvanece de la misma manera que al intentar tocar una nube. Su evidencia tangible muestra una suerte de registro de su existencia pero necesita de lo vivencial para cobrar sentido, explicarla requiere tanto esfuerzo como intentar relatar la forma de una nube. Su vivencia se siente en el cuerpo. Las nubes pueden ser tan densas o tan frágiles y etéreas que son capaces de activar nuestros sentidos. Es así que, al considerar las fotografías como nube, me permite imaginar la potencia de la unión de todas las posibilidades sensibles que en ella habitan. 
Nicolás Rivarola
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